Libertad: entre historia y voz propia

¡Buenos días!

Guatemala, un país con voz propia. El historiador Aníbal Chajón analiza la independencia de Guatemala y Centroamérica, destacando las tensiones económicas, los conflictos entre élites y el papel de figuras como Morazán y Rafael Carrera. Subraya que la independencia simboliza la capacidad del país para autodeterminarse, aunque advierte que estructuras históricas aún condicionan esa libertad. Chajón invita a reflexionar sobre la historia para comprender y fortalecer la autonomía actual de Guatemala.

Belice: tan cerca, pero la resolución aún lejana. Han pasado siete años desde que Guatemala dio luz verde a que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) resolviera su diferendo territorial con Belice, y aún no hay fecha para una decisión. Expertos advierten que el proceso podría tardar muchos años, como han demostrado casos similares en otros países. Mientras tanto, la zona fronteriza sigue siendo insegura y el reclamo territorial permanece en disputa.

Centroamérica: independencia sin disparos, unidad aún pendiente. Rafael Párraga analiza cómo el 15 de septiembre de 1821, las provincias centroamericanas lograron su independencia del Imperio español sin violencia, mediante un pacto político liderado por las élites locales. Este modelo pacífico permitió preservar instituciones y propiedad, y dio origen a la efímera República Federal de Centroamérica. Dos siglos después, la integración regional sigue siendo un desafío, aunque la cooperación económica muestra que la unidad todavía es posible.

HISTORIADOR

Aníbal Chajón:

Somos un país que se autodetermina, que tiene voz propia

Por: Luis Enrique González

El historiador Aníbal Chajón Flores ofrece una reflexión sobre la independencia de Guatemala y Centroamérica. Aborda sus causas económicas, los conflictos entre élites y el papel de figuras como Francisco Morazán y Rafael Carrera. Destaca la importancia de conmemorar la independencia como símbolo de autodeterminación, aunque reconoce que las estructuras históricas aún condicionan esa libertad. 

¿Cuáles fueron los antecedentes que llevaron a la independencia de Guatemala y Centroamérica?

— La independencia no fue un acto espontáneo ni una revolución popular. Fue el resultado de una serie de tensiones económicas, políticas y sociales que se venían acumulando desde décadas antes. El Reino de Guatemala dependía fuertemente de la producción salvadoreña de añil, un tinte azul muy cotizado en Europa, especialmente por los británicos. El añil se producía en El Salvador, pero lo comercializaban las élites capitalinas, quienes lo enviaban a Belice y de ahí a Inglaterra. Era un negocio redondo.

Pero cuando Inglaterra pierde sus colonias en Norteamérica, se concentra en la India, donde hay añil por toneladas. Ya no necesitaban el nuestro. Eso genera una crisis económica profunda. Las exportaciones se desploman. En 1783 empieza la caída, y para 1810 ya no se exporta nada. En ese lapso de 20 años, el comercio se redujo a la mitad, luego a unos cuantos sacos. Fue devastador.

¿Y cómo se traduce esa crisis en conflictos internos?

—  Se genera una disputa entre dos élites: la productora salvadoreña y la exportadora guatemalteca. Ambas se culpan mutuamente por la caída del comercio, sin entender que el problema era externo. Y mientras eso ocurre aquí, en Europa estalla una serie de guerras. En 1804, el rey Carlos IV decide cobrar todas las hipotecas en América para financiar su lucha contra los británicos. Las órdenes religiosas habían prestado dinero a los ricos y con los intereses mantenían sus obras de caridad. Pero el rey se queda con todo. No devuelve nada. Empobrece a las órdenes religiosas, a los sacerdotes y a los inversionistas americanos.

¿Eso provocó levantamientos?

— Sí. Por ejemplo, en el barrio de San Sebastián, donde había varios telares, todos quebraron. Hubo despidos, hambre, y un intento de levantamiento. El rey no consideraba el impacto de sus decisiones. Solo quería dinero. Y eso, en 1804, empieza a generar una serie de protestas que culminan en la independencia de 1821.

¿Qué papel juega la invasión napoleónica en este proceso?

— En 1808, Napoleón Bonaparte invade España, quita a Carlos IV, impide que Fernando VII gobierne y pone a su hermano José Bonaparte como rey. Los españoles se sublevan. Los ministros del rey escapan de Madrid, se refugian en Cádiz y convocan a representantes de América y Filipinas para redactar una constitución. La Constitución de Cádiz entra en vigencia en 1812. Copia muchos elementos de la Constitución de Estados Unidos, como eliminar la separación entre indígenas y españoles. Pero cuando Fernando VII regresa en 1814, mete presos a todos los que redactaron la constitución. Eso provoca que en América se diga: “El problema es España, o más bien el rey”.

¿Y cómo se da la independencia de México?

— En México, Agustín de Iturbide, comandante de las tropas del rey, se encuentra con el líder independentista, platican, y decide volverse independentista con todas sus tropas. Así nace México. Chiapas, que comerciaba con México, decide unirse a ese nuevo país. Eso precipita la independencia en Guatemala. Gavino Gaínza, presidente de la Audiencia, no quiere violencia ni desintegración territorial. Por eso el acta del 15 de septiembre de 1821 dice: “Antes de que el pueblo proclame la independencia, la vamos a proclamar nosotros”.

¿Qué papel juega la élite religiosa?

— El arzobispo llega a la reunión y mantiene su postura toda su vida. Él había jurado fidelidad al rey de España y no quería la independencia. Para él, ese juramento era sagrado. Pero al final se firma el acta y se manda información a todas las cabeceras. Algunas provincias deciden unirse a México, como Comayagua, León y Cartago. Guatemala también se une el 5 de enero de 1822. El Salvador no quería, porque México tenía su economía destruida.

¿Y qué ocurre después de la anexión?

— La primera independencia dura apenas unos meses. Luego nos anexamos a México. Pero después de un año, se descubre que México está muy mal. La capital mexicana está concentrada en sus propios problemas. Entonces se da la segunda independencia, el 1 de julio de 1823. Chiapas se queda con México. Se implementan elecciones, pero solo votan varones de origen europeo con dinero. En Chiapas, por ejemplo, hubo siete votos: tres por Centroamérica, cuatro por México. Por una persona, Chiapas se une a México. Esa persona representaba a 10,000 chiapanecos, pero a ellos no se les preguntó.

¿Por qué no se celebra esa segunda independencia?

— Porque cuando fuimos parte del Imperio Mexicano, se emitió un decreto que decía que cada provincia debía celebrar el día en que firmó su independencia. La primera celebración fue el 15 de septiembre de 1822. Aunque éramos parte de México, se celebraba la separación de España. Esa fecha ha mantenido unidos a los centroamericanos durante 200 años.

¿Qué ocurre con la República Federal?

— Se forma en 1824. Hay elecciones en 1825, pero son fraudulentas. Luego empieza una guerra civil entre liberales y conservadores. Aparecen figuras como Manuel José Arce y Francisco Morazán. En 1838, Nicaragua se separa. Luego Honduras, Costa Rica y El Salvador. Duramos 13 años como país integrado. Pero la razón siempre fue económica. Cada país tenía sus propios mercados. Guatemala se queda con El Salvador como único vínculo, pero la disputa entre capitalinos y salvadoreños genera guerras.

¿Y qué papel juega Rafael Carrera?

— En 1838, la gente ya no puede pagar impuestos. Rafael Carrera, un campesino, lidera una sublevación. Captura la ciudad de Guatemala, pero no mata, no roba, no destruye. Porque él no odia Guatemala. Él simplemente quiere que se expulse a Mariano Gálvez, que les está cobrando impuestos injustos. Y una vez logrado eso, se regresan a sus pueblos en Santa Rosa, en Cuilapa. No hay saqueo. No hay venganza.

¿Y cómo se explica la violencia de 1829?

— En 1822, el ejército mexicano, bajo órdenes del gobierno de México, envía tropas a atacar El Salvador. Destruyen todo un barrio de San Salvador. Muchos muertos, muchos heridos. El comandante de esas tropas era guatemalteco, aunque los soldados eran mexicanos. Entonces, eso genera un odio profundo hacia Guatemala. Y en 1829, se la devuelven. Con muertos, destrucción, robos, saqueos. Pero en 1838, con Carrera, no ocurre eso.

¿Qué ocurre con Quetzaltenango?

— Los liberales de Quetzaltenango se separan en 1838. Le escriben a Morazán para pedir autorización. Él se los concede, pero la separación debía ser aprobada por el Congreso de la República Federal. Pero Nicaragua ya se había separado, Honduras lo haría en días, y el Congreso jamás se reunió. Guatemala recupera Quetzaltenango en 1840. Carrera consulta a los pueblos indígenas si querían el Estado de Los Altos. Ellos dicen que no, porque les cobraban impuestos cada vez que llevaban sus productos a la capital y cuando regresaban, otra vez impuestos. Nadie lo quería.

¿Y qué ocurre con Morazán?

— Intenta vengarse. Invade Guatemala, pero Carrera lo vence. Morazán huye por Iztapa, toma un barco y se va a Perú. Años después regresa a Costa Rica, donde lo fusilan. Los conservadores toman el poder en Guatemala y se quedan. Quetzaltenango se reintegra. Y así se mantiene por más de 30 años.

¿Debemos conmemorar nuestra independencia?

— De alguna manera, sí. Es un hecho importante. Nos guste o no, somos un país independiente. Decidimos quién nos va a gobernar. Eso es lo que debemos conmemorar: que somos un país que se autodetermina, que tiene voz propia, aunque esa voz esté condicionada por estructuras históricas que aún nos afectan.

¿Y cómo define usted la libertad en el contexto guatemalteco actual?

— La libertad, en su forma más básica, es la capacidad de autodeterminarse sin coacción. Es decir, que nadie tenga propiedad sobre usted ni sobre sus actos. Por mucho dinero que tenga alguien, no puede venir y decirle “vos, dame el carro”. Yo puedo dedicarme a ser jardinero, a pintar paredes, o si mi familia me ha pagado la universidad, puedo ser médico, ingeniero, abogado o historiador. Esa capacidad de decidir qué hacer con mi vida, sin que alguien me obligue.

¿Y qué otros hechos deberíamos conmemorar?

— Hace 204 años se dio el inicio que nos permite estar entre los países del mundo. Tenemos apenas 100 000 kilómetros cuadrados, comparado con países que tienen 9 o 10 millones. Pero nuestros presidentes están a la par de los demás. Podemos autodeterminarnos. Eso es valioso.

¿A pesar de todo, podemos decir que somos libres?

— Sí. Somos libres en el sentido de que nadie nace esclavo. Todos tenemos derechos. Podemos decidir qué hacer con nuestras vidas. Y aunque nos dirijan élites, como ocurre en todo el mundo, tenemos la capacidad de pensar, de elegir, de construir. Eso también es libertad. Y eso es lo que debemos conmemorar: que somos un país que se autodetermina, que tiene voz propia, aunque esa voz esté condicionada por estructuras históricas que aún nos afectan.

¿Algún mensaje final para quienes leen esta entrevista?

— Que la historia no es solo fechas y nombres. Es entender cómo llegamos a ser lo que somos. Es descubrir que detrás de cada decisión política, cada conflicto, cada celebración, hay seres humanos con intereses, con miedos, con aspiraciones. Y que si queremos construir un futuro más justo, debemos conocer nuestro pasado con honestidad. No para repetirlo, sino para aprender de él.

Fotos: Diego Cabrera / República

 
Comparta este contenido:
Compartir en LinkedInCompartir en WhatsApp
 

Punto HTML con Texto Alineado

Ana González
Belice: tan cerca, pero aún tan lejos de Guatemala
584 palabras | 2 minutos de lectura

Han pasado siete años desde que más de 1.7 millones de guatemaltecos acudieron a las urnas para decir “sí” y permitir que sea la Corte Internacional de Justicia (CIJ) la que decida sobre el diferendo territorial que se disputa con Belice.

Aunque podría pensarse que ya transcurrió un tiempo prudencial, aún no existe certeza de cuándo habrá una resolución. “Es incierto, los procesos ante la CIJ no llevan un calendario o cronograma escrito”, explicaron las autoridades del Ministerio de Relaciones Exteriores (Minex).

El abogado y ex canciller Gabriel Orellana coincide en que el camino será largo. A su criterio, el estudio del caso podría tardar muchos años más, pues son decisiones que no se toman a la ligera. “Se trata de una decisión de fondo y, para citar algunos precedentes, cuando la Corte ha conocido casos similares —aunque no idénticos al de Belice—, en ocasiones ha tardado hasta 10 años en emitir una resolución”, señaló.

Para ilustrar lo complejo de estos procesos, Orellana recordó el caso del diferendo entre Venezuela y Guyana, considerado muy parecido e incluso un poco más avanzado que el de Guatemala. En ese proceso, más allá de los 11 mil kilómetros en disputa, basta con observar que solo el alegato de una de las partes, en este caso Guyana, consta de 50 tomos.

En el caso guatemalteco, el Minex detalla que el reclamo es territorial, insular y marítimo, pero sin brindar mayor detalles, pues aseguran que la información es reservada. Pero ha trascendido que, en total, se disputan unos 11 mil km2, es decir, casi la mitad del territorio beliceño.

Por ello, advierte Orellana, no hay que dejarse llevar por las apariencias ni pensar que se trata de un caso sencillo, como los que suelen presentarse ante la Corte de Constitucionalidad en Guatemala o en otras cortes nacionales. A esto se suma que intervienen una considerable cantidad de factores externos que pueden alargar aún más el camino hacia una resolución definitiva.

Un conflicto de siglos

Aunque algunos documentos muestran que Guatemala reclamaba todos los derechos al momento de su independencia en 1821, la base del conflicto parece remontarse incluso más atrás, hasta 1783.

Si bien Belice fue reconocido como Estado en 1981 por la ONU y por Guatemala diez años después, el reclamo territorial persiste. Ambos países aceptaron que la resolución de la CIJ no es apelable, por lo que se espera que la corte finalmente ponga fin a esta disputa histórica.

La importancia de tener claras las fronteras radica en que actualmente la zona de adyacencia carece de señalización y control adecuados, lo que la convierte en una de las áreas más inseguras de la región, afectada por narcotráfico, tráfico de especies y contrabando.

A esto se suman los enfrentamientos entre guatemaltecos y beliceños. Un caso que resonó con fuerza ocurrió el 20 de abril de 2016, cuando Julio Alvarado, un menor de 13 años, fue alcanzado por balas de soldados beliceños mientras caminaba junto a su padre, falleciendo en el incidente.

¿Quién gana y quién pierde con la resolución de la CIJ?

Belice puede perder la mitad de su territorio y Guatemala tiene todo para ganar, pero también se debe establecer, a criterio de Orellana, el país no cuenta con un sistema político lo suficientemente maduro como para enfrentar un problema que en su momento manejaron Estados más avanzados. 

“Hoy no se percibe ningún partido político con una proyección clara o un plan definido sobre cómo abordar la situación con Belice [...]todavía queda mucho camino por recorrer”, concluyó. 

 
Comparta este contenido:
Compartir en LinkedInCompartir en WhatsApp
 

Punto HTML con Texto Alineado

Rafael Párraga
Sin choque sangriento: la independencia y el sueño pendiente de la integración
687 palabras | 3 minutos de lectura

Cuando se habla de independencia en Iberoamérica, muchas veces el relato se tiñe de sangre, guerras prolongadas y luchas intestinas; pero no fue así en Centroamérica. El 15 de septiembre de 1821, las provincias centroamericanas firmaron su independencia del Imperio español sin disparar un solo tiro. La gesta se concretó mediante un pacto político liderado por las élites ilustradas, quienes, lejos de optar por el enfrentamiento violento, prefirieron un camino de transición ordenada que evitara la destrucción de la estructura institucional de la colonia.

Esta decisión no fue casual. La élite —formada por terratenientes, abogados, clérigos y burócratas locales— entendía que un conflicto prolongado como el que vivía Sudamérica —y que había vivido México— se acercaba y podía generar inestabilidad, descomposición del orden social y riesgo de intervención externa.

Así, con visión pragmática y responsabilidad política, optaron por un camino de consenso: una independencia gestionada desde arriba, que preservara la legalidad, el orden, la paz, la propiedad y la autoridad.

Más allá de ser un cálculo de conveniencia, este modelo pacífico de emancipación marcó una singularidad en el mapa continental y, además, dio origen a uno de los proyectos políticos más ambiciosos y nobles —aunque fallidos— del siglo XIX: la República Federal de Centroamérica.

Un gran sueño frustrado

Inspirada en el modelo de EE. UU., la República Federal de Centroamérica fue proclamada en 1823. Era un experimento político visionario que buscaba consolidar un bloque regional unido en soberanía, comercio, justicia y defensa.

Durante su corta existencia, la Federación impulsó reformas legales, fomentó la educación, desarrolló infraestructura y soñó con una identidad común centroamericana. Sin embargo, las tensiones entre federalistas y centralistas; entre conservadores y liberales; entre provincias y caudillos; el recelo de cada provincia con su propia identidad nacional, y la debilidad de las recién nacidas instituciones republicanas terminaron fragmentando el proyecto. Para 1840, el sueño había colapsado.

Pero, ¿por qué fracasó aquel primer intento de integración? Más allá de las figuras individuales, las causas fueron estructurales: la geografía accidentada dificultaba las comunicaciones; las élites locales privilegiaban sus intereses particulares sobre el regional; no existía aún un mercado interno suficientemente integrado, y las lealtades identitarias eran locales antes que nacionales o regionales.

Estas mismas condiciones siguen obstaculizando, dos siglos después, una verdadera integración política en la región, incluso en contra de las todavía ambiciosas aspiraciones de los padres del Sistema de Integración Centroamericano. Un proyecto que facilitaría un mercado de entre 185M de habitantes y un PIB de unos USD 362MM (USD 6880 per capita), convirtiéndolo en la quinta economía de América Latina, pero que nació condenado a fracasar.

Pero reconocer estas limitaciones no implica renunciar al ideal de unidad. Todo lo contrario, significa redirigir los esfuerzos hacia donde sí es posible avanzar.

El mercado hace la unión

Hoy, en el mundo globalizado y multipolar, Centroamérica se enfrenta al desafío de ser relevante frente a gigantes económicos y políticos. Divididos, sus países tienen poco margen de maniobra. Unidos, en cambio, pueden convertirse en una plataforma estratégica de comercio, industria y servicios.

La integración económica —por medio de aduanas comunes, cadenas regionales de valor, infraestructura logística compartida y marcos regulatorios armonizados— no solo es posible, sino indispensable. Iniciativas como la SIECA, la unión aduanera entre Guatemala y Honduras, o la ampliación del Mercado Eléctrico Regional, muestran que avanzar es factible. Aún así, la integración es insuficiente para un proyecto con más de 40 años de existencia y que, regularmente se ve estancado por una burocracia caudalosa y el recelo soberano de cada Estado.

El espíritu que animó la independencia centroamericana de consenso pacífico puede y debe ser rescatado. Si en 1821 las élites fueron capaces de evitar la guerra para construir un nuevo orden, las élites del presente deben ser capaces de evitar la fragmentación para construir un desarrollo regional sostenido.

La República Federal fracasó en su momento, pero la idea de una Centroamérica unida sigue viva. Quizás no como una sola nación, pero sí como una comunidad de países que entienden que el futuro —como la independencia misma— se conquista con consensos, sin choque sangriento.

 
Comparta este contenido:
Compartir en LinkedInCompartir en WhatsApp
 

Por: Ana González

Por: María José Aresti y Miguel Rodríguez