El cáncer no pudo con su fe

¡Buenos días!

Sonreír, incluso cuando duele. En el Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer de Mama, la historia de Stephany Figueroa recuerda que la fortaleza también puede tener rostro de ternura. Madre de tres hijos, enfrentó el diagnóstico con serenidad, humor y fe. Convirtió la rutina en refugio, la empatía en medicina y cada quimioterapia en una victoria. Entre turbantes, sonrisas y la complicidad de su familia, descubrió que la gratitud también sana. Hoy su historia ilumina el poder de resistir con amor.

Tesoros del papel: seis décadas de la Hemeroteca Nacional. La institución que resguarda la memoria periodística de Guatemala cumple 65 años de labor. Fundada en 1960 por Rigoberto Bran Azmitia, hoy impulsa un proceso de digitalización para facilitar el acceso público a sus valiosos archivos y conservar el patrimonio hemerográfico del país.

Patrias prestadas. En la segunda entrega de esta sección, Marcos Jacobo Suárez retrata su estancia en Egipto entre 2006 y 2007, un país de contrastes: la majestuosidad del Nilo y la espiritualidad de El Cairo frente a la desigualdad, la censura y el peso del régimen de Hosni Mubarak. En su recorrido por Alejandría y El Alamein evoca la memoria histórica, la decadencia urbana y la belleza persistente del Mediterráneo. Su testimonio combina la mirada del viajero con la del observador político que, años después, volvería para presenciar los albores de la Primavera Árabe.

Instituciones que sostienen la República. En colaboración con la Fundación 2020, esta nueva serie de análisis —Compás Institucional— se publicará el tercer domingo de cada mes para examinar los desafíos estructurales del Estado guatemalteco. En su primera entrega, se aborda cómo la debilidad institucional y la falta de gobernanza explican gran parte de la disfuncionalidad pública. Fortalecer las reglas del juego —más allá de las organizaciones— es el primer paso para recuperar la confianza ciudadana y construir un Estado capaz de generar resultados sostenibles.

SOBREVIVIENTE DEL CANCER DE MAMA

Stephany Figueroa: La sonrisa que nunca cedió

Por: Alice Utrera

Stephany Figueroa tiene 43 años y, en octubre de 2024, escuchó las palabras que nadie quiere oír: cáncer de mama. Madre de tres niños —de 12, 11 y 9 años—, católica y activa desde siempre, recuerda aquel día como un golpe seco, difícil de asimilar. Pero ahora, sentada frente a nosotros, se endereza, acomoda con cuidado el turbante y apoya las manos sobre la mesa: es el gesto que anuncia que está lista para contar su historia. Lo primero que llama la atención es su sonrisa, esa que aparece una y otra vez para subrayar ideas, romper silencios y recordarse —y recordarnos— que sigue en pie.

El día del diagnóstico, todo se volvió un murmullo lejano. Salió del consultorio con una sola pregunta en la mente: ¿Cómo se los digo a mis hijos? Desde entonces, eligió avanzar con cabeza fría: estudios, protocolos, etapas. No hubo discursos, hubo acción.

Porque en Guatemala, cada año se estiman alrededor de 2244 nuevos casos de cáncer de mama, y ella decidió no ser solo una cifra: decidió luchar.

Cuando llegó la caída del cabello, habló con sus hijos con calma. Les dijo lo que sucedería y que eso sería señal de que el tratamiento estaba funcionando. Esa noche, entre risas y nerviosos, los dejó cortar un mechón con tijeras. Luego, ya a solas en el baño, su esposo la rapó con manos firmes. En ese momento se miró al espejo y respiró. “Sentí alivio al hacerlo, como que si me quitara un peso de encima”, recordó, rozando el borde del turbante con el pulgar. Desde entonces se acompañó en cada quimioterapia de una frase sencilla, pero llena de fuerza: “Una menos”.

Su forma de sostenerse fue la rutina. Se levantaba temprano, se arreglaba, se maquillaba, aún sin cejas, ni pestañas. No lo hacía por vanidad, sino por respeto propio y por sus hijos. “Si uno se arregla, se siente mejor,” explicó con naturalidad. En casa la vida siguió: karate, baile, loncheras. Y si algún día no se podía, no pasaba nada; aprendieron a ir más despacio.

En cada relato, Stephany repite esa palabra: rutina. Esta fue su ancla, la forma de mantener en pie lo cotidiano cuando todo lo demás parecía moverse. La hora de las comidas, los horarios del colegio, los trayectos al trabajo, incluso los silencios del día, se volvieron pequeñas estructuras que la sostenían. “Seguir con la vida también era parte del tratamiento”, dijo, con esa calma que deja la certeza de haber hecho lo que debía.

Hubo un solo momento en que la emoción la venció. Sin contar con alguien que la ayudara con las labores de casa y con el tratamiento encima, una amiga le propuso crear una página para coordinar que le llevaran alimentos para los diferentes tiempos de comida y así aliviarles la rutina a todos. Stephany pensó que se apuntarían pocas familias. Sin embargo, el calendario se llenó, de febrero a junio, en un día. Al verlo, lloró. Dijo que fue “como ver a Dios en detalles chiquitos”. Estuvo profundamente agradecida. Fue la única vez que se quebró; después, la sonrisa volvió.

Ese episodio marcó un punto de inflexión. La solidaridad de tantas personas le mostró que, incluso en medio del cansancio, la gratitud podía más. “Me conmovió pensar que había gente que quizás ni conocía tan de cerca, pero que quiso acompañarme”, detalló. Lo dijo sin sentimentalismos, con la serenidad de quien aprendió a recibir el cariño como parte de la sanación. Desde entonces, cada mensaje o gesto se convirtió en una confirmación de fe. “Fue Dios mostrándose de muchas formas”, enfatizó. 

Del miedo dijo que aprendió a ponerlo en su sitio. Sin él no habría valentía. Agradeció haber llegado fuerte al proceso por años de ejercicio y buena alimentación. Por eso, salvo una bacteria tras la primera quimio que la deshidrató y la obligó a un par de días de pausa, su cuerpo respondió bien. Lo contó sin dramatismo, como quien marca un bache ya superado en la ruta.

Stephany recuerda cada etapa con una claridad que sorprende. No se detiene en los síntomas, sino en lo que aprendió de ellos. Habla del cansancio, pero también de la paz que vino después de cada sesión. “Cuando uno entiende que el cuerpo se está recuperando, cambia la manera de verlo”, comentó. Y en ese proceso, el sentido del tiempo también se transformó. Los días dejaron de medirse por la agenda y comenzaron a medirse por pequeñas victorias: dormir bien, reírse, cocinar algo, acompañar a sus hijos a sus actividades.

El resto fue gratitud: a su mamá —“la más preocupada”—, a su papá presente en todo momento, a las amigas que la llevaron y la trajeron, a quienes enviaron flores, escapularios, blusas con botones para el tratamiento.

“Recibí tanto cariño que me sentí muy bendecida”, dijo, con una sonrisa leve. Su tono no tiene victimismo; tiene luz. Cuando recuerda esos meses, no habla del dolor, sino de las manos que la sostuvieron. “Cada detalle cuenta, desde una flor hasta un mensaje”, agregó. Para ella la enfermedad se convirtió en un escenario donde la empatía tomó protagonismo.

Cuando habló Rafael, su esposo, la voz le tomó un color distinto, más hondo. Recordó cómo la acompañó en todo este camino, cómo sostuvo la casa cuando faltó ayuda y cómo fue él quien la rapó aquella noche. En ese momento, llegó a su mente el recuerdo uno de sus mayores tesoros, una pulsera que le regaló para su aniversario número 17 —un mes después del diagnóstico— la cual tiene grabado en código morse: “Always by your side”. “Creo que mi esposo no sabe el apoyo que yo sentí al recibir esa pulsera. Siento que es el verdadero significado de: “en la salud y en la enfermedad”. Mientras lo decía, la mirada se le llenó de una nostalgia serena, no de tristeza.

Hablar de Rafael la emociona de una manera distinta. No es solo gratitud, es complicidad. “Estuvo en todo, en lo bueno y en lo más difícil”, explicó. No necesitaba grandes gestos: bastaba su presencia. Lo recuerda acompañándola en cada cita, en cada silencio, y sobre todo en los días comunes, cuando lo extraordinario era simplemente poder estar juntos. Esa pulsera, que lleva siempre en muñeca, se volvió símbolo de lo que vivieron y de la fuerza de un vínculo que se hizo más profundo.

En paralelo, sus hijos (quienes aparecen en el fondo de pantalla de su reloj junto a su esposo) actuaron como el pilar que la sostuvo siempre. Al mencionarlos la voz se le ablandaba. Les agradeció cómo se adaptaron cuando el plan del día cambiaba, cómo madrugaban sin quejarse y cómo entendían cuándo había que bajar el ritmo. Recordó las notas que le dejaban para cada “pincho” —así llamaban en casa a cada sesión de quimioterapia y al pinchazo de la aguja—, las buenas calificaciones y los abrazos a destiempo. “Fueron mi motor, con una sonrisa me devolvían la fuerza”.

Los tres, dijo, aprendieron junto a ella. Aprendieron a esperar, a tener paciencia, a entender que algunos días no se puede con todo. “Ellos también crecieron en el proceso”. Verlos adaptarse le dio aún más motivos para mantenerse firme. “Al final, lo que uno quiere es que ellos se queden con el ejemplo, no con el miedo”, añadió. En casa, las risas siguieron, los bailes continuaron y los abrazos fueron más frecuentes. Cada uno, a su manera, encontró cómo acompañarla. 

Hoy, ya en la etapa de recuperación, Stephany transita un tiempo diferente. Dice que el después es incluso más complejo que el durante. “Ya no hay citas que te ordenen, y toca aprender a confiar otra vez”, confesó. Aun así, eligió quedarse con lo que suma: el sonido de la campana que se toca a terminar el tratamiento, la risa de sus hijos, el “una menos” convertido en hábito para cualquier cuesta, y la pulsera en la muñeca que le recuerda un “nosotros” que se probó y se hizo más fuerte. La sonrisa volvió al final, la misma del principio.

Fotos: María José Aresti y Braulio Palacios / República

 
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Gérman Gómez
Hemeroteca Nacional: un tesoro escondido en la zona 1
780 palabras | 4 minutos de lectura

Entre la 5.ª avenida y la 7.ª calle de la zona 1, frente a la Plaza de la Constitución, destaca un edificio por su diseño: la Biblioteca Nacional Luis Cardoza y Aragón. En su segundo nivel funciona la Hemeroteca Nacional de Guatemala Clemente Marroquín Rojas. Institución que celebra este mes 65 años de preservar el patrimonio hemerográfico del país.

El equipo de República visitó las instalaciones de la Hemeroteca. Además, participó en un recorrido por las bóvedas que resguardan los periódicos, revistas y libros más antiguos. Los periodistas también conocieron el proceso de digitalización que se realiza. Según comentó Mayra Marroquín Natareno, directora de la Hemeroteca, la finalidad de este proceso es poner al alcance del público los periódicos más demandados.

Así nació la Hemeroteca 

La Hemeroteca se fundó en 1960. La mente detrás del proyecto hemerográfico, que para ese entonces era disruptivo y futurista, fue el reconocido periodista Rigoberto Bran Azmitia. En 1967, la institución fue elevada a Dirección Autónoma. A los 18 años de su fundación, en 1978, se convirtió en la Hemeroteca Nacional de Guatemala Clemente Marroquín Rojas.

Anteriormente, era denominada solo como Hemeroteca Nacional de Guatemala. El paso del tiempo y la demanda de las consultas, sin dejar, por un lado, las valiosas colecciones que resguarda, la convirtieron en Patrimonio Cultural de la Nación. Este reconocimiento fue otorgado el 28 de octubre de 2003 por el Ministerio de Cultura y Deportes (MCD).

Sin embargo, la asignación presupuestaria que recibe todos los años es baja. Los recursos solo cubren parte de los gastos. A diario, varias personas visitan el recinto. En las salas de lectura se encuentran investigadores, estudiantes y público en general. Los materiales más demandados son los periódicos y las revistas.

Todos los días, la Hemeroteca recibe varias copias de los periódicos impresos que circulan en el país. Los resguarda en diversas colecciones. Algunas son de archivo, mientras que otras están disponibles para el público. Los ejemplares se agrupan por tomos y se actualizan con periodicidad. El número de páginas de cada uno varía.

La era de la digitalización

En 2020, la Hemeroteca inició a digitalizar algunos periódicos de su vasta colección. Los ejemplares más demandados fueron los primeros en pasar por este proceso. En 2007, la institución recibió la donación de una máquina digitalizadora. Fue donada por Robert Lee, a través de la Universidad de Harvard.

Emilio Rodríguez, digitalizador de la institución, comentó que el proceso se realiza en dos fases. La primera consta en el resguardo digital, mientras que la segunda busca construir una fuente de consulta. En un futuro, el archivo se podrá consultar dentro de las instalaciones.

El inicio hemerográfico

En el libro Vida y misión de una hemeroteca, panorama del periodismo guatemalteco de 1965, el periodista Rigoberto Bran Azmitia expuso la labor que realizaba en la Hemeroteca Nacional. La obra recogió los artículos que publicó en la página editorial de El Imparcial desde julio de 1963 a agosto de 1965. 

La Colección Valenzuela, adquirida en 1946 por el Estado, es una de las más importantes que resguarda la Hemeroteca. Tiene 2000 tomos, todos encuadernados. En ella se contiene la colección de periódicos que pertenecieron a la Biblioteca del Partido Liberal Progresista. 

En aquel entonces, según el autor, la Hemeroteca recibía copia de todos los periódicos que se editaban en las capitales de los países centroamericanos. También resguardaban los numerosos ejemplares que se imprimían en las provincias, incluidos los escolares. Los que provenían de otras naciones eran transportados vía aérea.

El transporte lo concedía gratuitamente la extinta compañía TACA.

Visitarla y conocerla

La Hemeroteca está abierta de lunes a viernes, de 9 a 17 horas. Para visitarla, es necesario seguir las siguientes indicaciones:

  • Presentar un documento de identificación, por ejemplo, el DPI o el pasaporte. 

  • Los niños de 8 a 12 años tienen acceso únicamente a la versión digital. En caso de necesitar la versión física, deberán estar acompañados de un adulto. 

  • No está permitido el ingreso de alimentos y bebidas. 

  • Las salas de estudio exigen silencio. 

  • Para manipular los materiales es necesario utilizar guantes desechables de látex. 

  • Las instalaciones cuentan con un casillero, donde los visitantes deberán guardar sus objetos. 

  • En caso de querer reproducir materiales o hacer filmaciones, hay que solicitar permiso al personal. 

  • Las consultas son individuales, no grupales. 

El próximo viernes 24 de octubre, la Hemeroteca realizará un conversatorio para conmemorar su 65 aniversario. La conversación girará en torno a la importancia de la imagen en la nota periodística. Entre los profesionales que guiarán la conversación están los principales caricaturistas del país, como Matraca y Fo.

Además, se tendrá la presencia de fotoperiodistas y fotógrafos profesionales. La actividad iniciará a las 16 horas en el Salón Landívar de la Biblioteca Nacional de Guatemala Luis Cardoza y Aragón. La entrada es gratuita. 

 
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UN MENSAJE DEL IRTRA
IRTRA, un modelo de bienestar sostenible

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Egipto: entre arenas y revoluciones

Llegué a El Cairo (“la victoriosa”) en septiembre de 2006. Me instalé en esta megalópolis de 16 millones de habitantes hasta junio del año siguiente. Ninguna otra capital alberga tal concentración de mausoleos, madrasas y mezquitas, con sus leyendas y cicatrices. Cada amanecer escuchaba la llamada a la oración desde sus minaretes. Deambulé por los bazares —especialmente Khan el-Khalili—, corazón palpitante de la ciudad. Pasillos estrechos, lámparas de latón, tazones de cobre grabados, olor a café recién tostado… Los mercaderes ofrecían té de menta y reían cuando intentaba negociar el precio de un anillo. Viví el bullicio de los vendedores ambulantes ofreciendo dátiles, motores de taxis rugiendo, los niños jugando en plazas, los gatos durmiendo al sol, el olor de especias.  Y, siempre, las aguas del majestuoso Nilo. 

El barrio cristiano copto era uno de mis refugios: calles tranquilas, iglesias antiguas, pequeñas tiendas de iconos, panaderías de panes planos. Forjé valiosas amistades con jóvenes coptos como Gamal: me llevaron a sus hogares donde compartimos cenas con platos sencillos de lentejas y arroz.

En Zamalek, el contraste. Embajadas y jardines lo delimitaban del caos, aunque no del todo. Empecé a fumar shisha en los tranquilos cafés de este barrio.

Con mi compañera Valérie en Alejandría ante la fortaleza de Qait Bay.

Egipto (Misr) vivía bajo el régimen autoritario y corrupto de Hosni Mubarak. Durante aquellos meses se hablaba del auge del fundamentalismo islámico: los conflictos en Palestina tras la retirada israelí de Gaza en 2005, crisis interna en Líbano… Y aún resonaba el escándalo de las caricaturas de Mahoma: movilizaciones, sermones religiosos, discusiones en los cafés. En mis múltiples visitas a la sede de la Liga Árabe entrevisté a numerosos diplomáticos.

Guardián del statu quo regional, Egipto navegaba entre la presión internacional y las demandas de cambio interno: desigualdad, censura y una juventud que exigía voz. Campesinos pobres, desempleo juvenil, represión, censura parcial, policía opaca y amenazadora.

Se percibía la tensión entre crecimiento macroeconómico —inversión extranjera, intentos de liberalización económica— y desigualdad palpable. El miedo a que la corrupción lo devorara todo. Barrios pobres como Imbaba y Shubra, con calles llenas de desperdicios, chiquillos descalzos, gallinas sueltas; y, al mismo tiempo, rascacielos, centros comerciales, cafés modernos en Heliopolis. A diferencia de otros países árabes, Egipto no tiene petróleo. Sus principales fuentes de ingresos son el Canal de Suez y el turismo. El primero, controlado por los militares sin apenas supervisión parlamentaria. El segundo, se resentía de la imagen de inestabilidad.

En la plaza Tahrir. Incluso durante la revolución, se respetaban las horas de la oración.

Alejandría: ecos melancólicos de un lejano esplendor 

La carretera hacia el norte atraviesa los verdes campos del delta hasta que, de pronto, el aire cambia: huele a sal, a historia, a Mediterráneo. Fundada por Alejandro Magno en el 331 a. C., durante siglos Alejandría fue el foco intelectual helenístico. Allí se cruzaban matemáticos, poetas y astrónomos bajo el brillo de su legendaria Biblioteca y el Faro, una de las siete maravillas del mundo antiguo.

La Bibliotheca Alexandrina, inaugurada en 2002, trata de revivir aquel espíritu. Su arquitectura circular —como un disco solar— alberga manuscritos, exposiciones y sueños de conocimiento universal. Caminé por sus pasillos silenciosos. La sabiduría, aunque frágil, siempre busca reconstruirse.

Desde la fortaleza de Qait Bay levantada en el s. XV sobre las ruinas del antiguo faro, se observa la Corniche: una franja larga y vibrante que recorre la costa, donde cafés y neones se mezclan con el rumor de las olas. La decadencia es omnipresente. Los edificios coloniales se desmoronan lentamente, el tráfico engulle los bulevares. La ciudad —que inspiró a Lawrence Durrell en El cuarteto de Alejandría— se debate entre el mito y la rutina. Nostalgia de la pasada grandeza.

En la Bibliotheca Alexandrina.

El Alamein: tiempo y memoria

El viaje desde Alejandría en dirección a Libia atraviesa el desierto. Paralelo al Mediterráneo, el camino cruza dunas y algunos proyectos turísticos que buscan desarrollar la costa norte. En medio de esa inmensidad silenciosa surge El Alamein.

Allí se decidió, en 1942, el rumbo de la II Guerra Mundial. Se enfrentaron el Afrika Korps del mariscal Erwin Rommel y las fuerzas británicas de Bernard Montgomery, además de soldados de muchas otras nacionalidades. Años atrás yo había entrevistado en su domicilio en Alemania a Manfred Rommel, hijo del célebre “Zorro del Desierto”. Sus palabras despertaron mi deseo de conocer ese escenario. Esas arenas donde se decidió el destino del mundo y tantos hombres dejaron su vida.

En las salas del Museo Militar de El Alamein reposan uniformes, mapas, armas oxidadas, fragmentos de tanques. El viento entra por las rendijas y parece llevar consigo el rumor de la batalla. A pocos kilómetros, los cementerios —el británico, el italiano, el alemán— cuidados con una conmovedora pulcritud. Cruces blancas alineadas, flores frescas, inscripciones en piedra. Pasear entre esas tumbas, bajo el sol inmóvil del desierto, es una silenciosa lección de historia sin retórica. Alamein es hoy símbolo de reconciliación, pero también un recordatorio de la fragilidad humana ante la ambición y el desmedido afán de poder. 

Con mis dos mejores amigos en Egipto: Gamal y Hassan.

2011 y la Primavera Árabe 

Tras años de ausencia, regresé en 2011. La mañana del 25 de enero amaneció con el trajín habitual: ruido de cláxones, microbuses llenos, puestos de te menta… pero se palpaba la tensión. En la emblemática plaza Tahrir (Liberación)… 

Para leer el artículo completo, haz clic aquí.

 
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Instituciones y gobernanza: El antídoto para la disfuncionalidad del Estado

En América Latina, la crisis de gobernabilidad ha dejado de ser una abstracción para convertirse en un fenómeno real. Lamentablemente, Guatemala no es ajena a esta realidad: la debilidad institucional, una justicia lenta, una administración pública fragmentada y la falta de resultados sostenibles en políticas públicas generan desafección ciudadana y un clima de frustración generalizado. Sin embargo, a mí entender, el problema es más profundo que una simple disfunción administrativa. ¿De qué hablamos realmente cuando decimos que “fallan las instituciones”? 

Para abordar este tema, y con el objeto de abrir una conversación informada y constructiva, es necesario iniciar por una precisión conceptual que muchas veces se diluye en el debate público: no es lo mismo hablar de instituciones que de organizaciones, aunque en la práctica política guatemalteca ambos términos suelen usarse como sinónimos. 

Siguiendo la tradición de la economía institucional, autores como Douglass North definen las instituciones como las reglas del juego: restricciones formales e informales que estructuran las relaciones sociales, políticas y económicas. Las instituciones formales incluyen los derechos individuales y las normas jurídicas, entre otros. Las informales, por su parte, comprenden normas sociales, valores, tradiciones y códigos de conducta que también regulan el comportamiento, muchas veces con igual o mayor fuerza que el marco legal formalizado. Es el conjunto de estas reglas lo que podemos entender como el orden social o marco normativo en el que se desenvuelve una sociedad determinada. 

Las organizaciones, en cambio, son jugadores del juego social junto con lo individuos. Estas son actores como ministerios (dirigidos por funcionarios públicos), partidos políticos, sindicatos o el sector empresarial, que operan dentro de ese marco institucional, respondiendo a los incentivos y restricciones que impone. Confundir ambos conceptos no es trivial. Ha dado pie a una crítica injustificada contra el discurso del que prioriza el fortalecimiento institucionalidad del país, especialmente cuando se acusa de promover “instituciones” sin abordar las disfunciones del aparato público, ignorando que en realidad lo que se propone es precisamente fortalecer el marco institucional para que las organizaciones públicas funcionen mejor.

Esta distinción permite comprender por qué muchos procesos de reforma legal han sido poco efectivos: se aprueban nuevas leyes o se crean entidades públicas con mandatos ambiciosos, pero no se modifica el diseño de incentivos que rige su implementación. Es decir, se moderniza el marco formal, pero se mantienen estructuras organizacionales atrapadas en lógicas clientelares, fragmentadas o capturadas. Así, lo que debería ser una política pública se vuelve letra muerta, o peor aún, una herramienta más de discrecionalidad.

Por eso es necesario vincular la  institucionalidad con la gobernanza. Un marco institucional sólido debe ir acompañado de un diseño organizacional funcional y profesional. Como lo explican North y otros, las instituciones y las organizaciones evolucionan juntas: las reglas moldean los incentivos, y las organizaciones responden, adaptándose y buscando maximizar sus beneficios.

En esta misma línea, autores como Daron Acemoglu y James A. Robinson, entre otros, han sostenido que el desarrollo sostenible solo es posible cuando las instituciones permiten una participación amplia, garantizan derechos de propiedad y establecen límites efectivos al poder arbitrario. El fracaso de las naciones, entonces, no responde a la geografía o a la cultura, como elementos particulares, sino a la persistencia de  instituciones que concentran el poder y bloquean la innovación y el desarrollo social.

Guatemala no está condenada a ese destino. Existen experiencias valiosas, tanto locales como internacionales que muestran cómo es posible diseñar instituciones que limiten el poder arbitrario, promuevan la competencia política y creen condiciones para la prosperidad de todos los individuos. Pero para avanzar hacia esa dirección, necesitamos abandonar el cortoplacismo, profesionalizar la función pública y asumir que la reforma institucional es una tarea gradual, pero estratégica.

Esta será la línea de análisis que intentaremos desarrollar en este espacio de “Compás Institucional”. Procuraremos abordar la interacción entre normas, organizaciones e incentivos; identificar los cuellos de botella que impiden el funcionamiento efectivo del Estado; y, sobre todo, proponer rutas de reforma posibles desde la realidad institucional guatemalteca. Porque fortalecer las instituciones no es solo una aspiración técnica, sino es una condición indispensable para que la política pública funcione, la economía crezca y la ciudadanía recupere la confianza en el futuro. 

 
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Por: Ana González

Por: María José Aresti