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Censura made in China

¡Buenos días!
Informar desde la Gran Muralla: periodismo entre la censura y el control. El periodista español Jaime Santirso describe la experiencia de ejercer el periodismo en China, donde la vigilancia, la censura y la propaganda son constantes. Los corresponsales extranjeros enfrentan restricciones extremas, hostigamiento y zonas prohibidas. La libertad de prensa no existe, y el régimen controla hasta la conversación más íntima.
Show en el Congreso: luces, cámaras… ¿fiscalización? Aunque los diputados tienen el deber de fiscalizar, muchos han convertido las citaciones en espectáculos mediáticos que priorizan el show sobre el fondo. Dramatizaciones como lanzar llantas o entrar con armas han marcado estas sesiones. La tensión sube, las redes amplifican, y el circo político gana protagonismo.
En línea. El analista político y expresidente del Congreso, Roberto Alejos, responde que, a pesar de la mala imagen que tiene el Congreso, la ciudadanía podría percibirlo de forma diferente si —y solo si— aprueba leyes urgentes que promuevan el desarrollo y atenúen el malestar social.
Honduras al filo: elecciones sin árbitro. Reynaldo Rodríguez analiza cómo la parálisis electoral en Honduras revela el colapso institucional y la fragilidad democrática del país. Libre, que llegó prometiendo renovación, repite las viejas prácticas de corrupción y clientelismo. Con las elecciones cerca y sin árbitro confiable, el riesgo de retroceso autoritario es real.


PERIODISTA ESPAÑOL EN CHINA
Jaime Santirso:
“Nos toleran, pero no confían”

Por: Isabel Ortiz Caballeros
Desde Pekín, el periodista español Jaime Santirso comparte su experiencia de informar desde uno de los entornos más restrictivos del planeta. En esta entrevista revela cómo se ejerce el periodismo entre censura, propaganda y vigilancia digital. Relata la desconfianza hacia los corresponsales extranjeros, los obstáculos invisibles al cubrir temas delicados y las zonas prohibidas para la prensa. Aporta una mirada desde dentro del régimen chino y reflexiona sobre los desafíos venideros si el modelo económico pierde fuerza. Una conversación que retrata, sin filtros, el pulso de China más allá del discurso oficial.
Considerando la percepción internacional de China como un régimen con estricto control de la prensa, ¿cómo describiría la realidad del trabajo periodístico para corresponsales extranjeros en el país?
— La verdad es que en muchos lugares se ve a China como un régimen muy estricto. Y sí, el Partido Comunista y su modelo de partido único lo impregnan todo. Pero en el día a día, en la superficie, la vida aquí puede parecer tan normal como en cualquier otro sitio democrático. La cosa cambia cuando intentas ir más allá, cuando buscas los límites. Ahí es donde se ve realmente la naturaleza de su sistema político, especialmente con los medios.
En China no hay medios de comunicación libres. Lo que ves son medios oficiales que dependen totalmente del gobierno, que básicamente son pura propaganda. Hay contadas excepciones de medios privados, como Caixin, que logran hacer algo de periodismo, pero eso es porque tienen un cierto respaldo político que les permite moverse un poco más allá de lo establecido.
¿Qué tipo de controles y restricciones enfrentan?
— Los periodistas extranjeros como yo trabajamos en un entorno donde nuestra presencia es apenas tolerada, lo que no garantiza condiciones normales de trabajo. Las autoridades imponen constantes trabas, y el diálogo real con ellas es casi inexistente. Aquí existe una asociación llamada Foreign Correspondents’ Club (FCCC), con presencia global, que en China publica un informe anual sobre nuestra situación. Según ese informe, el 99 % de los encuestados considera que las condiciones laborales en China rara vez, o nunca, cumplen los estándares internacionales.
El 81 % ha experimentado interferencias, acoso o incluso violencia en el ejercicio de su labor. Además, el 54 % ha sido obstaculizado al menos una vez por la policía o por otros funcionarios. Lo más alarmante es que el 49 % ha presenciado situaciones de presión, acoso o intimidación hacia colegas chinos. En resumen, aunque nuestro trabajo se permite, está constantemente vigilado y restringido por las autoridades chinas.
¿Qué tipo de información ofrecen estos medios oficiales y cómo se manifiesta el sesgo o la propaganda en su contenido?
— Lo que proporcionan estos medios es, directamente, propaganda. Es una comunicación con fines puramente ideológicos. No sé si llamarlo ‘información’, porque en realidad es una extensión del poder político, sin la más mínima pretensión de ofrecer una cualidad informativa real. Si le interesa ver ejemplos, puedo nombrar a la agencia de noticias Xinhua y el principal tabloide, el Global Times. Basta con echar un vistazo para entender que su contenido es una comunicación de carácter ideológico, no periodismo.

Siendo un corresponsal extranjero en China, ¿qué estrategias utiliza para informar con rigor en un entorno donde la censura y la vigilancia son una constante?
— Aquí, la censura y la vigilancia son una constante. A pesar de estos obstáculos, mi prioridad es mantener la comunicación, aunque es muy difícil. Intento hablar con la gente de forma muy responsable, siendo consciente de los riesgos que esto implica tanto para ellos como para mí. Nunca me expongo ni expongo a otros imprudentemente, sobre todo en temas delicados.
La propaganda aquí no está hecha para nosotros, sino para la población china, para que tengan una visión única del mundo. El verdadero problema no es la propaganda, sino las barreras para dialogar con la gente y las autoridades. Lo que hago es aprovechar al máximo los espacios que hay y, dentro de lo posible, también mostrar esos límites. Esto ayuda a retratar la complejidad del país, sin caer en visiones simplistas o caricaturas. Mi trabajo es justamente ese: mostrar China más allá de los relatos fáciles.
¿Existen temas o zonas en China que estén completamente prohibidas o vetadas para los periodistas extranjeros?
— Sí, absolutamente. Hay muchísimos temas y lugares a los que simplemente no tenemos acceso, lo que nos impide obtener información crucial. Un ejemplo muy claro es que a los periodistas extranjeros se nos prohíbe la entrada a ciertas provincias, como Xinjiang. Esta provincia es conocida por su compleja historia con el país y por tener una identidad muy marcada. Se supone que necesitaríamos una invitación especial, pero en la práctica, desde hace años, solo podemos entrar en viajes o tours colectivos organizados por el gobierno para autoridades.
Y no es lo único. En los últimos años, por ejemplo, ya no podemos entrar a la Plaza de Tiananmén o a la Ciudad Prohibida sin restricciones. Literalmente, se van creando y acotando zonas a las que no podemos ingresar. Esto es muy representativo de cómo funcionan las cosas aquí.
¿Existe poca libertad para los periodistas en cuanto a la movilidad para cubrir diferentes regiones o historias?
— Sí, es cierto, no hay mucha libertad para moverse y cubrir distintas regiones o temas delicados. Puedes intentar moverte, pero la realidad es que hay lugares donde, al llegar, te encuentras con la policía esperándote. O, en otros casos, si tienes una entrevista programada, esta puede ser cancelada minutos antes debido a alguna intervención externa. La intensidad de estos obstáculos varía mucho según la sensibilidad del tema que intentes cubrir.
En otros países se discute mucho sobre el control de internet en China, incluyendo el bloqueo de redes sociales internacionales. ¿Cuál es el acceso real a estas plataformas y a medios extranjeros para la población y para los periodistas en el país?
— Aquí tenemos el ‘Gran Cortafuegos’ (Great Firewall), que bloquea medios, redes sociales internacionales y hasta Wikipedia. Para saltárselo, usamos VPN (redes privadas virtuales), que son toleradas porque la mayoría de la gente no las necesita, permitiendo a las empresas operar. Pero sí, internet está totalmente controlado.
Además, el control no se limita solo a internet; también abarca la comunicación personal. Por ejemplo, si envías mensajes con el nombre de un sector o un funcionario del gobierno, estos son detectados. China ha logrado un sistema sofisticado: un control casi absoluto de la comunicación íntima, pero sin que se sienta una fuerza opresora. Esto solo es posible gracias a las herramientas digitales actuales, lo que explica parte del éxito y la estabilidad del modelo chino.

¿Estas restricciones aplican solo a periodistas extranjeros o también afectan a los periodistas nacionales?
— Las restricciones que menciono, en realidad, no afectan de la misma manera a los periodistas nacionales. Un periodista chino no se va a arriesgar a cubrir un tema complicado o a ir a ciertas zonas prohibidas. Ellos ya saben cuáles son los límites y los riesgos. No van a intentar lo que un periodista extranjero podría intentar, porque para ellos las consecuencias son mucho más graves.
¿Cómo funciona la política en China en cuanto a partidos y participación electoral?
— La política en China se rige por un sistema de partido único. Hay un solo partido que gobierna el país, y eso es todo. Aunque teóricamente existen otros partidos, son increíblemente minoritarios, irrelevantes y, en la práctica, operan bajo el control del Partido Comunista. La República Popular China no tiene el más mínimo rastro de pluralismo; el país y el Partido Comunista Chino son una misma entidad. Incluso el Ejército Popular de Liberación no es el ejército del país, sino el ejército del partido.
Xi Jinping, el líder actual de China, ostenta tres cargos clave: es presidente de la República Popular China, presidente de la Comisión Militar Central (lo que lo convierte en jefe del ejército) y, el más importante de todos, secretario general del Partido Comunista Chino. Tradicionalmente, los líderes chinos han ocupado estos tres puestos, aunque no siempre los han asumido simultáneamente. Estos tres cargos definen el poder en China, siendo el de secretario del Partido el más influyente.
Si no hay participación ciudadana, ¿cómo se eligen los líderes en China?
— El Partido Comunista Chino es un organismo increíblemente hermético. La verdad es que no se sabe nada sobre cómo se eligen los líderes o por qué se toman ciertas decisiones. Hay interpretaciones, algunas que coinciden, pero no hay transparencia alguna; es todo lo contrario. Todas estas decisiones se toman internamente, dentro del partido, en los diferentes niveles de la administración. Así es como funciona el proceso.
¿Cómo perciben los chinos a los extranjeros que viven y trabajan en el país, y específicamente a los periodistas? ¿Existe una distancia cultural o algún tipo de cercanía?
— El número de extranjeros en China ha bajado un poco en los últimos años, sobre todo después de la pandemia de COVID, y también por más restricciones y tensiones geopolíticas. Somos una minoría, la verdad. Dentro de ese grupo general de extranjeros, los periodistas tenemos una relación muy particular con la población. Creo que las autoridades han trabajado para crear un clima de desconfianza hacia nosotros. Por eso, la opinión general de los chinos sobre los periodistas extranjeros no es muy buena.
Además de esa desconfianza, hay otro factor importante: para un periodista chino, interactuar con un medio extranjero no trae nada bueno. Solo les puede generar problemas, incluso serios, con las autoridades. Así que sí, hay una distancia evidente, y esto es uno de los grandes obstáculos que enfrentamos al hacer periodismo aquí.

¿Cómo describiría la vida cotidiana de los ciudadanos chinos comunes, más allá de los estereotipos? ¿Hay aspectos de su día a día que suelen ser malinterpretados o desconocidos en América Latina?
— La verdad es que el régimen chino ha logrado un control muy sofisticado, pero a la vez, mantiene una apariencia de normalidad y fuerza. Algo fundamental a entender es que el régimen tiene un nivel de aprobación bastante alto por parte de la población. Esto se debe a que la gente ha visto cómo la economía ha crecido muy rápido y cómo ese ‘contrato social’ —que cambiaba libertades individuales por prosperidad— ha funcionado para ellos.
Una de las grandes incógnitas para los próximos años es ver cómo reaccionará la población si la economía deja de crecer a ese ritmo. Por primera vez, se siente a pie de calle que las cosas ya no están mejorando tan rápido como antes. La vida ya no progresa al mismo ritmo, e incluso hay aspectos donde se percibe un estancamiento. Esto, sin duda, podría modificar ese contrato social y tendremos que ver qué repercusiones tiene. Creo que este es uno de los mayores retos estructurales que enfrentará China en la próxima década.
¿Cómo percibe la población china al presidente Xi Jinping?
— El modelo político en China tiene un apoyo bastante generalizado, pero el caso de Xi Jinping es particular. Él sigue contando con un apoyo mayoritario; sin embargo, se percibe más apoyo al presidente como figura que a su liderazgo personal. Esto se debe a que mucha gente siente que bajo su mandato, y por sus decisiones personales, la represión generalizada ha aumentado. Además, se han desmantelado modelos y convenciones que significaron ciertas liberalizaciones en el sistema político, como la eliminación del límite de mandatos o la ruptura con el liderazgo colectivo.
Lleva ocho años residiendo en China, seis de ellos como periodista. Cuéntenos, ¿cuáles han sido las mayores dificultades y recompensas de vivir y trabajar como periodista extranjero en el país?
— La mayor dificultad fue la política de COVID, que implicó tres años de aislamiento, pruebas constantes y un control exhaustivo del movimiento. La vida cotidiana se transformó radicalmente, envuelta además en una intensa propaganda.
Ahora, las recompensas... esta profesión tiene la suerte de que todo lo que vives, todas tus experiencias, tienen un sentido final: el de compartirlas, narrarlas y contarlas. En ese sentido, vivir la pandemia en primera fila y seguir de cerca la evolución de un proyecto político tan singular como el chino ha sido intelectualmente fascinante. Las dificultades y los aprendizajes están profundamente entrelazados.

Después de tanto tiempo viviendo y trabajando en China, ¿contempla quedarse o planea regresar a casa en algún momento?
— Como decía Robert Fisk, corresponsal británico en el Medio Oriente, esto es como leer una buena novela: siempre quieres “una página más”. Mi vínculo con este país es mucho más profunda, va más allá del periodismo. estudié, trabajé y he construido gran parte de mi vida adulta aquí. Por ahora, no tengo planes de irme.
Qué fascinante esa analogía con la novela. ¿Sigue en ese punto de querer 'una página más' en su historia en China?
— Sí, absolutamente, absolutamente.
Fotos: Cortesía / República
Ana González
Diputados en escena: cuando la fiscalización se convierte en show político
587 palabras | 2 minutos de lectura

Los diputados son representantes del pueblo, pero en su “afán” de fiscalizar, a menudo, cruzan la línea: lo que debería de ser un ejercicio serio de rendición de cuentas, termina siendo un show político.
El último episodio se registró durante una citación entre diputados de la bancada Cabal y el ministro de Comunicaciones, Miguel Ángel Díaz. En plena reunión, el jefe de la agrupación, Luis Aguirre, decidió ilustrar su inconformidad con la red vial con una dramatización que por poco se salió de control: tomó una llanta y la lanzó a la mesa. Aunque no parecía querer herir al funcionario, el ambiente se tensó más de lo necesario.
Aguirre se disculpó, pero el show ya estaba montado. El presidente Bernardo Arévalo tomó nota y giró instrucciones claras: cualquier funcionario que sea objeto de agresiones físicas o verbales debe retirarse de inmediato de la citación.
Las redes sociales también juegan un papel clave en esta dinámica: amplifican cada escena, cada grito, cada gesto exagerado. Los diputados lo saben y lo aprovechan. Las citaciones se han convertido en su pasarela política, donde cada actuación puede traducirse en bochorno, likes, aplausos y, por supuesto, votos cada cuatro años.
Una subametralladora en el hemiciclo
Las subidas de tono y los exabruptos de los congresistas en el hemiciclo no son propios de las últimas legislaturas. Basta recordar la vez que el entonces diputado Pablo Duarte, ahora asesor de la bancada Unionista, ingresó al recinto armas para, según él, dar una clase “didáctica” sobre un proyecto de ley, según justificó hace unos años cuando brindó declaraciones a un medio de comunicación.
Según él, era una clase didáctica. Años después, algunos intentaron repetir la hazaña, pero con pistolas de juguete. El resultado fue: muchas risas, pero cero avances legislativos.
No obstante, la mayoría de los legisladores han encontrado en las citaciones su escenario favorito: ahí pueden brillar y hasta improvisar. Todo para aprovechar el foco mediático que ofrecen esos encuentros. Roxana Baldetti lo entendió a la perfección: durante su paso por el Congreso, se aseguró de no pasar desapercibida.
Antes de que los casos de corrupción la sacaran del juego político y la obligaran a renunciar a la vicepresidencia (2012-2015), Baldetti dominaba el arte del show legislativo.
En una de sus citaciones más memorables, llenó el Salón del Pueblo de cruces para interrogar al entonces ministro de Gobernación, Carlos Menocal, sobre la inseguridad. El Ministro se convirtió en uno de los funcionarios más citados del Congreso. Pasó 13 de los 24 meses de gestión interpelado y asistía a citaciones casi tres veces por semana. Para algunos analistas, los diputados casi siempre pierden la dimensión de la fiscalización y caen en el abuso, ya que recurren a los insultos y hasta las descalificaciones.

El 5 de enero de 2010, durante una citación al ministro de Gobernación, la entonces diputada Roxana Baldetti colocó cruces en el Salón del Pueblo.
¿Quién fiscaliza a los fiscalizadores?
Los diputados tienen la ventaja: pueden gritar, acusar y dramatizar sin ninguna sanción. La Ley Orgánica del Congreso, en el artículo 67, apenas establece un tirón de orejas en caso de que se abra y concluya una investigación en su contra. ¿Sanciones? Solo se recuerdan dos: una amonestación pública a Juan Manuel Giordano por presionar a un gobernador, y un llamado de atención, “en privado”, a Javier Hernández, por llegar ebrio al hemiciclo.
Todo indica que, mientras las cámaras sigan encendidas y los aplausos digitales lleguen, los diputados seguirán haciendo circo. En este país, el drama político vende más que el trabajo legislativo.
UNA INVITACIÓN DEL FESTIVAL DE LA LIBERTAD
Formando líderes con valores para una Guatemala libre

Guatemala necesita jóvenes preparados, valientes y comprometidos. En medio de una creciente confusión ideológica —donde palabras como justicia e inclusión son manipuladas para imponer agendas ajenas a nuestros principios fundamentales—, se vuelve indispensable formar líderes con principios sólidos.
Por qué importa. El Festival de la Libertad es un espacio de formación y convivencia para jóvenes que desean transformar su entorno con ideas claras y la firme convicción de defender valores esenciales como la vida, la libertad, la familia, la propiedad privada y una justicia auténtica.
Durante el festival, los jóvenes guatemaltecos compartirán con expertos y líderes que los inspiran a convertirse en agentes de cambio.
Aquí, la juventud no se idealiza: se fortalece. Se les prepara con herramientas reales para enfrentar los desafíos contemporáneos en espacios como la universidad, las redes sociales, los medios de comunicación, la política y el mundo empresarial.
Datos clave. El evento se llevará a cabo el próximo 9 de agosto, en el Parque de la Industria, de 9:00 a 16:00 horas.
Adquiera sus entradas aquí.
Sea parte del evento que reunirá a jóvenes líderes para defender los valores que construyen una Guatemala libre.


Reynaldo Rodríguez
Honduras: Cronología de una caída

La reciente parálisis electoral en Honduras resalta el profundo resquebrajamiento del andamiaje institucional del país. Múltiples instituciones del Estado, bajo la presión de una elección que apunta hacia la expulsión del oficialismo, se han coordinado para determinar las reglas del juego con las que, con suerte, se celebrarán las elecciones este noviembre. Para comprender la crisis de hoy es necesario hacer una revisión al pasado, y a las condiciones que permitieron la llegada de Libre al poder.
Desde hacía unos años, las élites políticas anteriores a Libre empezaron a sembrar las semillas de su propia destrucción. Mientras el Partido Liberal (PLH) engendraba a Libre en las filas de su partido, el Partido Nacional (PNH) creó los tiempos para que pudieran instalarse en el poder.
Todo comenzó cuando Juan Orlando Hernández (JOH), expresidente del país extraditado por corrupción, fraguó la ilegitimidad de las elecciones a través de legalizar la reelección con un fallo de la Corte Suprema que reinterpretó artículos pétreos en el 2015. Posterior a ello, se desveló el caso Pandora en el 2018, la cual se reveló como una confabulación entre diputados del PLH y el PNH con red de fraude sistemática en las estructuras del Estado.
Aunado a ello, la persecución legal por escándalos de corrupción en la pandemia concluyeron en una profunda desconfianza hacia las élites políticas del país. No obstante, sin duda alguna, la cereza del pastel fue la imputación de cargos relacionados al narcotráfico del hermano del presidente, “Tony” Hernández, cuya posterior condena confirmó la animosidad del votante hondureño. Las élites políticas se vieron sumergidas en una profunda red de todo aquello que prometieron purgar: corrupción y narcotráfico.
Promesas incumplidas
En un intento de castigar a las viejas élites, las elecciones del 2021 redujeron el poder bipartidista en el Congreso, impidiendo una mayoría en el Legislativo, y le otorgaron el puesto a Xiomara Castro en el Ejecutivo. Sin embargo, la gloria de la victoria Libre, el nuevo incumbente, no duró mucho.
Castro inició una política de seguridad con estados de excepción fragmentados a través del país, prometiendo utilizar mecanismos similares a los de Bukele para dominar la criminalidad. Las prórrogas se han extendido hasta el 2025 y el crimen se mantiene como un problema ubicuo y flagrante.
Para colmo, en el 2024, InSight Crime desestabilizó la narrativa de legitimidad y pureza del régimen cuando enlazó a “Carlón Zelaya”, el cuñado de la presidenta, con el narcotráfico. No tan sorpresivamente, poco después de la publicación del video, Castro revirtió el tratado de extradición, anteriormente utilizado férreamente en el expresidente, por sus vínculos con el narcotráfico.
Recientemente, los escándalos de corrupción que involucran los altos mandos de ministerios han terminado de restarle la poca legitimidad que le quedaba a Libre.
Ahora bien, las elecciones en Honduras se acercan y las expectativas de los votantes han sido defraudadas. El ideario del votante para las elecciones del 2021 era claro. Había una profunda desconfianza a las viejas élites, un deseo de castigo a las mismas y una aversión profunda hacia la corrupción y el narcotráfico, en tanto, causas principales de los problemas del país.
Libre, con el apoyo del empresario y presidenciable, Nasralla, llegó al poder con un voto moneda, es decir, de dos caras. El voto les fue entregado como castigo a las élites y, a la vez, como promesa de confianza. Sin embargo, las acciones de Libre durante su administración abatieron la confianza del votante y abrieron la puerta hacia su castigo en las elecciones de noviembre.
En conclusión, Libre quemó los barcos hace mucho y está intentando dominar el espacio electoral lo más posible. Recientemente, el fiscal general allanó el Consejo Nacional Electoral, ente rector de las elecciones, en un intento de presionar la renuncia de los consejeros opositores a través de la amenaza judicial. El peligro es inminente: las instituciones democráticas en Honduras están en peligro y los ecos de la vieja Venezuela nos están hablando.

Lecturas de fin de semana:
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